“No estás deprimida. Estas insatisfecha”, me dijo la psicóloga.
Me cogió desprevenida al final de nuestra primera sesión.
Me lo dijo mirándome a los ojos y con una leve sonrisa. Por un momento pensé que era chiste, pero estaba relajada y se quedó en silencio. Cuando terminé de hablar por una hora eso fue lo único que respondió. Me quedé a la espera, colgada en pausa. Ese rato me di cuenta que esta no era una terapia tradicional, pero sonaba muy simple para ser verdad. Venía mucho tiempo en búsqueda algo que me arregle, ya no sabía dónde más buscar. No me recetó antidepresivos y tampoco me acobijo en victimismo. Me fui del consultorio brava y frustrada. ¿Quién se cree?
La verdad es confrontativa cuando te has estado escondiendo en mentiras. Era exactamente lo que necesitaba escuchar aunque me tomo un año más entender la profundidad de su significado.
Poco a poco aprendí que la insatisfacción es el veneno más silencioso pero más poderoso. Es capaz de matar lentamente, como erosión. Sin darte mucha cuenta, una gota de agua a la vez.
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