De esos 100 aeropuertos salieron 50 aviones. De chiquita me gustaba el pasillo pero en el 2020 aprendí a elegir la ventana.
En la ventana puedes llorar y puedes dormir y puedes escribir. Se siente como estar en una cueva protegida y acurrucada. Esas ventanas ovaladas se volvieron un lugar seguro para mí.
Crecí pensando que la única manera de ser suficiente era siendo la niña buena. La niña buena que no molesta y que complace. Que dice lo que otros quieren escuchar, que sonríe y que nunca pierde la calma. La niña buena alimenta a todo el mundo y nunca expresa su hambre. Apacigua el ambiente cuando es necesario. La niña buena sabe detectar las emociones de otros para compensar la conversación. La niña buena obedece sin cuestionar. La niña buena siempre está de acuerdo y es agradecida. La niña buena no pide más y no quiere más. La niña buena va de última porque así es más humilde. Y en ese mundo ser humilde, aceptada, complaciente y obediente es ser amada.
Y créeme que yo aprendí a ser validada por pura, por moral, por obediente y por conservadora. Aprendí a ser celebrada por lo bien que alimento a mi esposo y lo linda que está mi casa. Aprendí a ser celebrada por el hombre a mi lado más que por mi cerebro, mi corazón o mis sueños.
Las ventanas ovaladas me salvaron porque me sacaron de la niña buena. Me pescaron y me salvaron de un mundo donde no había espacio para bailar. Me llevaron a un caos donde todo se destruyó, se quemó y se purificó. Me llevaron a un mundo donde podía respirar, gritar, llorar y también bailar.
Me llevaron a un mundo donde ser una mujer libre no solo es posible, es necesario.
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