Capítulo 24: Hogar

[Capítulo Gratuito] Perteneces donde tu corazón está en paz

Desde chiquita me compré la idea de que “hogar” era el país en el que nací y crecí. Pensé incambiable el color de mi pasaporte o mi dirección de residencia. Archivé la definición de “hogar” como un perímetro en el que pertenezco pero del que no puedo ni merezco salir.

Creciendo pensé que “hogar” era una palabra para la casa en la que amanecía. Asumí que “hogar” era la etiqueta que te ganas con el cuento de hadas de una familia perfecta.

En mis veintes pensé que mi cuerpo merecía ser mi “hogar” solo si parecía de revista. Asumí que para amar el cuerpo en el que vivía la condición era la etiqueta de una talla cero.

“Hogar” significaba que la dirección de donde vengo tenía que ser la dirección a donde voy. “Hogar” significaba un destino pre-escrito y definido por tradiciones, religiones, costumbres y nacionalidades. “Hogar” significaba un lugar lleno de muebles y objetos llenos de historias y memorias heredadas.

Toda mi vida asumí que “hogar” era sinónimo exclusivo de refugio, comodidad y seguridad. No conocía todavía la delicada línea entre seguridad y mediocridad.

Pero todo cambió muy rápido, brusco y violento. Cuando pides crecimiento el Universo remueve todo lo que lo está limitando. La expansión no es romántica o llena de paz. Fue más como una destrucción sistemática de toda máscara, fantasía, mentira y etiqueta. El terremoto se llevó todos mis “hogares” en un abrir y cerrar de ojos.

Mis dos maletas y yo nos encontramos una y otra vez de regreso al único lugar que se sentía a salvo. Un lugar donde nadie pertenece y todo el mundo está de paso. Un lugar sin horarios, sin rutina. Un lugar frío y distante.

En los aviones y en los aeropuertos podía respirar y podía escuchar. Debajo de los anuncios y las medidas de seguridad podía escucharme a mi. Solo en ese lugar ruidoso e indiferente aprendí que hogar soy yo misma. Es el respeto a mi cuerpo. Es el camino de regreso a mi verdad. Aprendí que hogar no es solo donde estoy a salvo, es dónde mis sueños gigantes también lo están. Aprendí que hogar no es solo dónde me dicen que pertenezco porque pertenezco donde mi corazón está en paz. Y eso viene de darme siempre permiso para volverme a presentar. Para volver a empezar y para querer más.

Durante dos años estuve en un limbo migratorio. Un pie enraizado para siempre en Ecuador y otro pie tambaleando con la posibilidad de una residencia en Estados Unidos. Dos años de estar en una sala de espera con la dirección en pausa. Mi pase de abordar aparecía sin destino y al mismo tiempo ese vacío jugaba con infinitas posibilidades.

Cargando carpetas llenas de papeles a los trámites interminables escuchaba una voz que decía que estaba loca. Esa voz me pedía que tire todas las carpetas a la basura. ¿Para qué arriesgar tanto? ¿Para qué dejar todo?

Pero en esa sala de espera, cruzando los dedos para abordar, vi a mi niña interior. Una Isa chiquita que ahora me veía a mi para preguntar sobre la vida. Le agarré bien fuerte la mano y le hice una promesa que se transformó en fuerzas.

Ella ya sabía que ni la casa soñada, ni las reglas de afuera, ni un número en la balanza nos podían hacer sentir en casa. En el vacío de la incertidumbre le prometí pelear por darle el mundo. Le prometí no parar hasta abrirle todas las puertas que le dijeron que no podían ser suyas. Le prometí seguir hasta sentarle en todas las mesas donde le dijeron que no pertenecía.

Y así descubrimos que hogar no es un lugar. No son cuatro paredes ni el color del pasaporte. Así descubrimos que hogar no es nunca la imagen perfecta o la historia que mejor suena.

Hogar eres tú misma.

Con raíces que te dejan saber que siempre estuviste completa.

Y con alas que te quieren llevar a volar.

Solo hasta agotar stock. No se vuelve a imprimir.