Ese día estaba puesta mi vestido rojo favorito. Era Carolina Herrera y de las cosas más lindas en mi closet. Recuerdo el día que lo compré como si fuese ayer. Estaba en Madrid con mi mamá, antes de casarme, y lo encontramos en descuento. Fue una compra para todos los eventos de novia. Estaba comprometida y organizando una boda. Se sentía tan elegante y sobrio. Cuando me lo puse me sentí seria, señora y esposa. El vestido rojo ya no era un vestido de niña, era un vestido que me preparaba para mi nueva vida, vida una madura y adulta.
Unos años más tarde saqué el vestido rojo del closet porque teníamos una boda. Se casaba una amiga de mi esposo. Fui a maquillarme y peinarme con mi amiga Estefi, quería estar guapa. Todo nuestro mundo iba a la boda.
Estaba en pleno lanzamiento de mi programa Inquebrantable. Era mi primer programa de alta gama. Duraba 8 semanas y era íntimo, profundo y transformador para mujeres que querían agarrar la vida por el volante. Mujeres que querían sentirse inquebrantables por dentro.
Todavía estaba en las primeras fases de mi negocio. Vender y cobrar mi servicio por ese valor era una nueva cima. Para venderlo, hacia llamadas de descubrimiento. Las interesadas agendaban una cita para hablar por teléfono conmigo. En esta llamada explorábamos sus necesidades para que después puedan hacer el pago y reservar su cupo.
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