Crecí queriendo ser perfecta. Crecí pintando dentro de las líneas y pintando cada parte del papel con completa atención, disciplina y cuidado. Crecí planificando cada parte de mi vida y cruzando cada uno de mis logros de una lista universal. Siempre en orden, a tiempo y antes de lo esperado.
Crecí organizando y planificando mi futuro, siendo muy exigente conmigo misma. Cuando me gradué del colegio me gané un premio porque nunca perdí puntos de disciplina. Todavía me acuerdo la clase de matemática en la que mi profesora Susy me puso 83/100. Ese 83 me quitó sueño por meses porque rompió mi racha perfecta de As.
No tomé alcohol hasta los 18 y mi primer beso fue con mi ex esposo cuando me graduaba del colegio. Aprendí que decir y que no decir al frente de adultos y aprendí cómo hacer que me vean como responsable y sensata. Fui a misa todos los domingos hasta los 21 años y cumplí cada una de las reglas católicas.
Pintar dentro de las líneas era mi profesión. Pintar delicadamente, siguiendo todas las reglas y siempre en orden, siempre revisando el terreno antes de caminar por ahí. Crecí muy cautelosa y eso me llevo a querer controlar todo a mi alrededor. Mi identidad se volvió dependiente de mis logros para sentirme suficiente. Ser la niña perfecta era la meta porque al final del día eso me iba a llevar a ser elegida por un hombre. Crecí pensando que casarme era un logro y un sueño y una medalla de oro.
Estoy leyendo un libro que escribió Ada Calhoun, la hija de Peter Schjeldhal, un crítico de arte famoso. El libro se llama Also a Poet.
La escritora, Ada, encontró un cajón lleno de cassettes con entrevistas en la oficina de su papá. Eran todas las entrevistas que realizó en el proceso de escribir una biografía de su poeta favorito: Frank O’Hara años atrás. Estos cassettes llenos de tesoros se habían estado empolvando por años. Fueron archivados cuando su papá se vió obligado a abandonar el proyecto porque no consiguió los permisos para escribirlo y publicarlo.
O’Hara murió inesperadamente y su hermana tiene el completo control sobre sus derechos de autor. Ada decide retomar el proyecto para terminar el libro que su papá no pudo. Decide volverlo a intentar, segura de que ella va a hacer las cosas mejor que él.
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